Premios 'Euskadi Avanza': El mejor homenaje al esfuerzo, la constancia y el riesgo | El Correo

2022-06-25 06:52:39 By : Ms. Alice Li

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Reconocimiento. Andrés Arizkorreta (CAF), Manuel Muñoz (I+MED), Begoña Betolaza (Toro y Betolaza) y Javier Balsategui (Talleres Aratz) -en el centro- flanqueados por Manuel Iraolagoitia -premiado el pasado año-, Ignacio Navarro (Banco Sabadell), Carolina Pérez Toledo -miembro del jurado- e Íñigo Barrenechea (EL CORREO). / Manu Cecilio

Los galardonados en esta tercera edición son CAF, la firma ferroviaria vasca presente en los cinco continentes; Begoña Betolaza, por toda una vida de esfuerzo en un sector tradicionalmente masculino; I+Med, un novel en plena vanguardia; y Talleres Aratz, nuestra pyme del año.

Su experiencia como fundador de los talleres Betoño le aportó las habilidades de gerencia necesarias para poner en pie su propia aventura empresarial. Tras fundar Talleres Aratz junto a dos socios en 1975, Javier Balsategui lo ha convertido en una empresa cuyo valor añadido y piezas están presentes en todo el mundo sin dejar a un lado su carácter familiar y su condición de pyme. Los nueve empleados que decidieron cambiar y apostar por Aratz, cuyos inicios tuvieron lugar en una antigua empresa de mecanizados de Vitoria que estaba en quiebra, hoy se han convertido en un centenar de trabajadores.

Hace 45 años la actividad de Aratz en su taller de Gamarra difería en gran medida de su producción actual. Sus primeros encargos fueron mecanizados para terceros y pronto llegó su primer gran cliente, el gigante Michelin. No obstante, la experiencia que Balsategui ya había tenido como gerente desde los 27 años le recordó los riesgos de tener un único demandante de piezas. Fue entonces cuando decidieron diversificar las tareas que desempeñarían los talleres e introducirse en el mundo de la fabricación de conjuntos.

Talleres Aratz dejó de ser un mero mecanizador para convertirse en una empresa diferente que a día de hoy dispone, por ejemplo, de una de las máquinas fresadoras de mayor capacidad de Europa, capaz de fresar 26 metros de largo por 5 de ancho. Sin dejar de ser una empresa mediana, Aratz creció en todos los sentidos, y el pequeño local de 300 metros cuadrados de 1975 se ha transformado en una inmensa zona de trabajo que ya alcanza los 10.000 metros.

A mayor experiencia, mayor envergadura de las piezas y más responsabilidad. La apuesta de Balsategui por las nuevas tecnologías -le llamaron loco por adquirir una de las primeras fresadoras CNC en el 89-, le ha permitido adelantarse a sus competidores. Cuando sus socios se jubilaron, este vecino de Otazu asumió la dirección de toda la compañía. La fabricación de turbinas hidroeléctricas fue lo que verdaderamente impulsó su crecimiento. Más tarde llegarían otros grandes clientes como Gamesa con Embraer.

Más allá de completar encargos, a Javier Balsategui le seducen los proyectos que ayuden a mejorar el mundo o contribuyan a la investigación. De ahí que en Aratz hayan fabricado piezas para la sonda Quijote, grandes telescopios de Hawai y Canarias y contribuido a crear el Atlas del gran colisionador (acelerador) de Haz de Electrones del CERN en Ginebra.

S u persona aúna características singulares en el mundo de la empresa. De un lado, forma parte de una compañía familiar, Toro y Betolaza, que hoy en realidad es un conglomerado de sociedades y que nació de la iniciativa de su padre y de sus tíos. Begoña Betolaza, directora financiera de la empresa, el Premio a la Trayectoria, forma parte de la segunda generación de esta familia de empresarios. Algo que con las estadísticas en la mano hay que calificarlo al mismo tiempo como un éxito y, también, como una rareza.

Los orígenes de esta empresa están ligados al transporte y distribución de carbón. Algo que hoy nos puede sonar a negocio maduro e incluso decadente, pero que en 1950 -el año de fundación de la empresa-, podía merecer el calificativo de «estratégico». Lo que la política de transición ecológica sitúa ya camino de la desaparición como fuente de energía, era en aquellos años una materia prima básica no sólo para la potente industria siderúrgica del País Vasco, sino también en el consumo doméstico de los hogares.

Quizá por ese efecto de 'cesto de cerezas' que a veces se produce en el desarrollo endógeno de muchas empresas -sobre todo en aquellas que cuentan con líderes inquietos, inconformistas y poco dados a descansar en eso que se conoce como la 'zona de confort'-, del tráfico de carbón surgió la idea de crear una naviera. Y de ahí también otras filiales dedicadas a la consignación de buques y a las operaciones de estiba y desestiba en los puertos. Los muelles de Bilbao, Pasajes, Gijón y Avilés forman parte en la actualidad de los escenarios de operación de la compañía.

Pero además de integrante de una saga empresarial familiar, Begoña Betolaza es mujer y directiva. Otro binomio que hoy comienza a ser algo habitual -tan sólo comienza- pero que en 1979, cuando ella ingresó en la compañía, también podía calificarse como una auténtica rareza.

Su formación inicial parecía encaminar su vocación hacia otros intereses, porque se diplomó en Magisterio e incluso sus primeros pasos en el mundo laboral los dio como profesora de inglés en la Escuela de Idiomas. Más tarde, y tras incorporarse a la empresa familiar, completó su formación con una diplomatura en Ciencias Económicas y Empresariales.

En numerosas ocasiones se ha mostrado partidaria de respetar el carácter familiar de las empresas que tienen esta característica, para acotar también el papel que debe jugar la segunda generación, precisamente a la que ella pertenece: hacer las cosas bien para transferir la empresa en las mejores condiciones posibles a la tercera generación.

Al igual que con la energía eólica, con la alta velocidad ferroviaria el País Vasco tiene vedaderos líderes industriales, aunque aún no disponga de las plataformas para su explotación y disfrute local. La ansiada Y vasca llegará, pero mientras tanto la locomotora tecnológica es CAF (Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles), una firma centenaria que comenzó como un pequeño taller de vagones en Beasain y que a día de hoy es una multinacional de «sistemas integrales de transporte y movilidad», como subraya en sus informes anuales. Porque CAF no sólo fabrica trenes y tranvías. Se ocupa de su mantenimiento y rehabilitación, sistemas de señalización y de recarga e infraestructuras, además de haberse introducido en el transporte por carretera eléctrico con la adquisición de la compañía polaca Solaris.

Las cifras de este pequeño gran gigante impresionan: su cartera de pedidos supera los 9.000 millones de euros, su nivel de ofertas presentadas de media rondan los 7.000 millones, el 90% de su facturación es exterior -cuando en 2006 apenas alcanzaba el 23%- y dispone de plantas productivas en España, Francia, Estados Unidos, México, Brasil y Reino Unido, además de oficinas y centros de mantenimiento de flotas en más de 40 países. La actualdiad le sitúa a nivel nacional entre los aspirantes a la megalicitación de Renfe y en el futuro, si cabe, de la propia Y vasca.

Tras estas cifras hay un equipo humano de más de 14.000 personas cuyo liderezgo recae en su presidente, Andrés Arizkorreta, pero en el que también hay una gran implicación de la plantilla, que es el accionista individual más relevante través de Cartera Social. La importancia que ha adquirido CAF para la economía vasca queda aún más patente al constatar que sobre sus siglas se apoya gran parte del crecimiento de las exportaciones guipuzcoanas y, por extensión, dinamizando el conjunto de las vascas. Como las sedes y centros de decisión son muy importantes, esta empresa que cotiza en Bolsa ha sido la primera en la que el Gobierno vasco ha invertido directamente para apalancar su arraigo.

Como buena empresa centenaria, CAF sabe mucho de ciclos, de periodos de bonanza y de momentos muy difíciles. Por eso Arizkorreta recuerda que en el mercado globalizado en el que han de competir «somos los pequeños entre los grandes»; y que no se puede perder la pulsión de que la innovación ha de ser constante. Es un error, alerta, «acomodarse en hacer lo que se sabe hacer». El mundo gira muy rápido, la competencia lo hace aún más y las nuevas tecnologías transforman todos los paradigmas.

Querían demostrar que otro modelo empresarial en el mundo sanitario era posible y lo han conseguido. I+Med, compañía dedicada al desarrollo de nanohidrogeles de uso médico y veterinario, se mantiene a la vanguardia de la biotecnología y se especializa en hidrogeles generados a partir de ácido hialurónico. Todo surgió en 2013, cuando Raúl Pérez, uno de sus cuatro socios fundadores, ya investigaba nanohidrogeles en la Universidad del País Vasco. Fue entonces cuando, gracias a la experiencia que su director ejecutivo Manuel Muñoz tenía en la empresa privada, comenzaron a fundarse sus cimientos.

Durante su estancia en el Centro de investigación Lascaray de la capital alavesa, se les unió Iñaki López, quien aportó sus conocimientos en el ámbito de la normativa y la calidad. Un poco después, en 2015, llegó Sergio Cadierno, responsable de ingeniería e I+D, y estos cuatro socios dieron el salto definitivo para conformar su empresa y dedicarse a ella a tiempo completo. Los alaveses tenían los conocimientos necesarios para crear un producto novedoso y se negaban a vendérselo a una gran empresa farmacéutica, por lo que optaron por crear una cooperativa de científicos que ya suma ocho miembros y una treintena de empleados junto a sus marcas Unikare Bioscience y Sibari Republic.

Estos nanohidrogeles se presentan como inyectables e interesan a las compañías farmacéuticas por sus ventajas. Permiten, por ejemplo, sustituir el líquido sinovial de las articulaciones o reducir el riesgo de rechazo en la implantación de prótesis con recubrimientos biocompatibles. Son capaces de alcanzar la diana terapéutica; es decir, actuar únicamente sobre la zona afectada reduciendo posibles efectos secundarios, y también pueden liberar su carga médica a lo largo del tiempo. Así, por ejemplo, un único hidrogel puede ir liberando antibiótico poco a poco durante dos semanas en el cuerpo de un paciente.

Sus instalaciones en el Parque Tecnológico de Miñano funcionan con un modelo diferente al de otras empresas del sector. El personal financiero está al servicio del científico y técnico, que es el que toma las decisiones en el control de I+Med. Los beneficios anuales se revierten en la compañía en un proyecto con una vocación a largo plazo y comprometido con el conocimiento más allá del mero rendimiento económico. Tras abordar sus primeros años, la empresa espera seguir investigando sobre bioelectrónica para introducir nuevos elementos de control que liberen la carga de sus nanohidrogeles de forma sostenida y seguir dando forma a la medicina del futuro.

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